CONTINENTES NO-HABITADOS: OPINIÓN PROPIA

ALEKSANDRA NAWROCKA

Estuve por el tiempo de dos meses en mi país. Me resultó curioso ver la proliferación de los libros que hablan de los abusos en la vida religiosa. Hay bastantes mujeres que salen del anonimato con valentía de contar sus historias del des-encuentro con las congregaciones en las que pasaron a veces muchos años. Son historias llenas del dolor. Algunas abiertamente hablan de los abusos sexuales tanto por parte de los sacerdotes como de las hermanas de comunidad. Casi todas (si no todas) hablan de la gran inmadurez que se encuentra y cultiva más o menos conscientemente dentro de las estructuras de la vida religiosa. Pero hoy no quiero escribir sobre ello, al menos no directamente.

Como a mí me encanta leer, me compré todos los libros que encontré sobre este tema (espero que la economía de la comunidad me lo perdone...). Me puse a leer todas esas historias de mujeres y hombres que sintiendo la vocación a amar y servir dentro de la vida religiosa, encontraron estructuras que esclavizaban más que hacer libres. Sentí muy adentro su dolor y frustración. El hecho de que todos ellos después de salir tengan que pasar por años de terapia psicológica habla por sí mismo. Pero además de leer los dichos libros, leía los comentarios de otras personas sobre la vida religiosa y las religiosas. Basta con decir que eran comentarios muy generalizadores que nos ponían a las religiosas todas en un saco de inmaduras, manipuladas, víctimas, tontas, casi intelectualmente discapacitadas. Incluso hablando con los miembros de mi familia u otros conocidos me pasaba con que se apiadaban de mí sintiendo como pena por mí por ser una religiosa. Y para ser honesta tengo que decir que hubo momentos en los que me dejaba afectar por esas opiniones. Una experimenta muchas y variadas situaciones en la vida religiosa. Hay también momentos cuando una toca la inmadurez (tanto propia como de las demás). Hay momentos, sobre todo en la formación inicial, cuando una siente la presión de aparentar ser distinta, de manipular de alguna manera la opinión de las demás) para que no te echen aún (quizás es más la inmadurez de las que entramos que el ambiente porque por lo general yo no me encontré con situaciones de que te echaban por tonterías). Pero con todo esto quiero decir que no todas las religiosas somos víctimas de malos tratos. No a todas se nos hace el lavado del cerebro para que seamos más manipulables, moldeables, formables. Siento mucho que aún haya congregaciones que viven como si nada hubiera pasado de la reforma de las costumbres iniciada con el Concilio Vaticano II. Lamento que haya personas, también en altos puestos de responsabilidad en el gobierno o en la formación, que no sepan realmente acompañar a las jóvenes que van llegando. Pero quiero en este momento luchar por mi opinión propia sobre la vida religiosa que yo he experimentado desde ya casi 20 años. Yo he tenido la suerte de vivir mi camino como una aventura de verdadero crecimiento y maduración en todos los aspectos de mi vida. Es verdad, hay cosas que tienen que seguir cambiando, pero no se puede echar al niño junto con el agua de la bañera (es un dicho polaco, perdonad regionalismo). Quiero reafrimar que a pesar de los casos de abusos que pasaron y aún siguen pasando, la vocación a la vida religiosa sigue siendo una respuesta válida y preciosa al amor que se nos va desvelando como cumplimiento de los deseos más profundos en nuestros corazones. Quiero escapar las generalizaciones. Así que espero que como sociedad sepamos tratar a cada persona y a su historia con la unicidad que tiene, sin juzgarlo todo con la misma medida. Espero que tengamos valentía de formar nuestras opiniones propias, haciendo un poco de esfuerzo por conocer la totalidad del panorama, sin dejarnos llevar por simplificaciones fáciles y mentalidad del rebaño. Las religiosas nos lo merecemos.

ALEKSANDRA NAWROCKA (POLACA)

RELIGIOSA POLACA EN VIETNAM, PEDAGOGA Y TEÓLOGA

Comentarios