LA (PELIGROSA) TEOLOGÍA POLÍTICA DE LA DERECHA

PEDRO PABLO ACHONDO MOYA

La política exige y se alimenta de la ética. La necesita para legitimarse y validarse frente a la ciudadanía. Esto que parece evidente, en la práctica y en las prácticas no lo es. Ciertas formas de hacer política usan métodos que no pasarían el escrutinio del más común sentido ético.

En Latinoamérica hay una tradición cristiana riquísima ligada a la política. Ella se encuentra en el sustento de los DDHH, de la justicia social, de la solidaridad y el bien común. Forman parte de la Doctrina Social de la Iglesia, la cual se entiende siempre en plural pues vela por la vida y dignidad de los pueblos.

Dicho eso, es cada vez más preocupante el ascenso de los partidos de ultraderecha, representativos de una manera “moderna” de hacer política, de un fortalecimiento del aparato privado en desmedro del público y de una agenda valórica liberal en lo económico, conservadora en lo social y sumamente conservadora en lo que refiere a la familia y las libertades sexo-genéricas. Esta agenda valórica se presenta bajo el rótulo de la fe cristiana, como si los estandartes que defienden o pretenden defender sean aquellos de Cristo. Sin embargo las confusiones, los abusos del lenguaje y las ingenuidades a la hora de plantear estos temas nos demuestran más bien una ideología dura de derecha y un pensamiento muy lejos del cristianismo social.

El pensamiento social cristiano y su teología política (de la liberación en América Latina) no ha cesado de buscar el rostro humano y defenderlo a toda costa. Sus documentos, de hace décadas y los más recientes (sobretodo desde la era Francisco), repiten una y otra vez, el horror de la devastación, el olvido de los pobres y denuncian políticas donde la solidaridad, el compartir y la entrega no poseen lugar. El extranjero es un hermano y su situación vital pesa y vale mucho más que sus papeles y realidad jurídica.

La libre competencia” ha devorado prácticas sociales y políticas públicas ligadas a la donación, entrega y renuncia. Hoy las letanías de derecha han preferido acentuar “la seguridad”, pero jamás yendo a las causas y fuentes de dicha inseguridad ciudadana. Se ha ido instalando un discurso del miedo -¡Cuánta lejanía con las palabras de Jesús!- No es tanto el Mercado el ídolo de estas derechas, incluso esa bandera ha quedado en segunda línea. Hoy el nuevo Baal es la (auto)defensa, la urgencia de una mayor seguridad frente a los diversos enemigos que andan sueltos. Y de esos hay muchos, nos dicen, generando una narrativa de la desconfianza y el temor.

Vivimos en una mesa coja. Los nuevos -que nunca son realmente nuevos- discursos políticos de derecha extreman posturas altamente peligrosas. Como un círculo cerrado, las ideas que sustentan dichos discursos, no dejan entrar; no acogen, no conversan. No son discursos, son exhortaciones. No nos hablan de proyectos, sino de agendas. No animan a lo nuevo, sino que buscan restituir la tradición y el poder. Son discursos de domesticación y control. Y pareciera que los interlocutores somos sus mascotas. Se trata de una domesticación a través del miedo y de la incertidumbre. Algo de ello fue hace algunos años el chilezuela” que triunfó. Algo de eso había en los discursos políticos domesticadores de Trump, de Bolsonaro, de VOX en España y continúa habiéndolo en los Republicanos de José Antonio Kast y Luis Silva, en Chile.

No cabe duda de que vivimos tiempos de incertidumbre. Aprovechándose de ello y acentuando una supuesta escalada de lo violento y descontrolado; aparecen los héroes del orden. Aquellos que, con sendos artilugios -mano dura- y lenguajes novedosos -performances públicas y neopopulismo religioso- prometen lo que no hemos podido, como sociedad, lograr. Una estabilidad económica y una seguridad ciudadana. Promesas retóricas y ambiguas, ya que permanecen en lo abstracto. Seguridad, ¿Para quienes? Estabilidad económica, ¿Para quiénes, dónde, para hacer qué? Esas promesas, que por lo demás no son sostenibles ni sustentables desde la perspectiva ecológica o, incluso, moral; quieren situarse en la agenda por sobre la justicia eco-social, la igualdad de oportunidades y de género, la educación de calidad para todos y una salud digna.

Las políticas conservadoras van dejando traslucir sus aprioris religiosos. Su teología política de derecha se va desnudando. Es posible pensar que se trata más bien de artilugios y artimañas del poder; banderas que sumar para escalar posiciones y ganar adherentes. Es decir, un camino abierto para que la ciudadanía desesperada por respuestas (aquí y ahora) dé un voto de confianza a estos movimientos “anticorrupción”. Pero también es posible que el fanatismo religioso alimentado por posturas rígidas, tradicionalistas y ultraconservadoras busque un camino para ejercer el poder y plasmar sus propias inclinaciones moralizantes y espiritualistas. Al parecer son ambas cosas. Eso es lo que tanto los discursos, como los hechos van dejando cada vez más claro a la luz y opinión pública. He ahí lo más peligroso: la conjunción entre un mesianismo neoconservador y una ideología de puritanismos, moralismos y populismos (basta ver la página web del partido Republicano chileno).     

Dicho de otro modo, aquello que vimos hace algún tiempo: que Bolsonaro aparezca con una polera que dice Jesús 2019”, junto a grupo de pastores en una Marcha Evangélica o que José Antonio Kast repitiera varias veces (twitteándolo también) que no fue a celebrar el triunfo de Piñera porque prefirió ir a dar gracias en una Misa; no son confesiones creyentes, sino políticas; no corresponden a bienintencionadas manifestaciones espirituales, sino a bienintencionadosrecursos políticos. El mensaje que quieren instalar podría ser algo como esto: Dios acompaña a Kast, así que él camina de Su mano benévola. Nada nos puede faltar.

En realidad, y hay que explicitarlo; estas políticas neo-conservadoras tienen muy poco de teología. No construyen un proyecto político de raigambre cristiana, sino al revés. Valiéndose de slogans neotestamentarios sin mucho contenido ni profundidad (como la defensa de la familia; ¿Cuál? ¿De quiénes? ¿En base a qué?), buscan posicionarse en esferas del poder político, para desarrollar figuras y movimientos, que poco o nada tienen que ver con el servicio, la justicia y la fraternidad. Sus prédicas son mas similares a dictámenes de un juez, que a palabras y silencios propios de quién está a la mesa como el que sirve. Y qué importante es decirlo, pues la figura del juez no tiene nada que ver con lo cristiano. Jesús mismo se alejó de esta figura (Mt 7, 1; Jn 3, 17) anunciando misericordia y la otra mejilla. El cristianismo no se trata de emitir juicios ni sentarse en el sitial del juez. Jesús, explica sucesivamente que su mensaje habla de inclusión (de todo lo diverso y distinto) y no de veredictos o tajantes imposiciones sobre el otro. ¡Cuánta distancia de discursos de odio, de mensajes violentos y promesas nacionalistas!

Y eso no lo hemos sopesado con la seriedad debida. Una falsa inocencia se deja entrever en estos discursos y prácticas. Una especie de ignorancia divertida (como en el Lavín de las playas artificiales en el centro de Santiago o la candidata republicana que se jactaba, recientemente, de que en Chile ahora todos los niños tienen zapatos y que esto era ¡gracias a la Constitución del 80!). Ingenuidades comunicacionales que más bien constituyen una estrategia. No olvidemos que el lenguaje crea realidad y el poder produce lo real (Foucault). Estrategia que alimentaban -torpemente- las piñericosas, jugando el juego de la derecha. ¿Acaso no son divertidas? Son tan divertidas que olvidamos que son reales y nos gobiernan. Nuevas estrategias, a partir del espectáculo, la torpeza, el error involuntario(sic), para domesticar conciencias y apaciguar fuerzas sociales. Una teo-política de lo ridículo. Una teología política del meme.

Otro de los aprioris inmutables en la “teología” política de derecha es la propiedad privada. Lo complicado aquí recae en lo segundo más que en lo primero, a saber, en lo privado. La cultura de lo privado, pues abarca bastante más que lo económico o jurídico; se expresa en términos existenciales y culturales. Lo mío vale más que lo nuestro. Lo propio es más importante que lo tuyo. Nuevamente, no debemos ser ingenuos; la libertad y la autonomía del sujeto son grandes conquistas de la modernidad. Sin embargo, desde una perspectiva ecológica y social, han sido exacerbadas y absolutizadas al punto de tener a millares en la miseria, de generar lo que Achille Mbembe llama una necro política, aquella versión de la política neoliberal y neocolonial, cuyo subproducto es la muerte. Muerte económica para millones de personas, esclavas de la deuda, muerte social de pueblos enteros sumidos en la pobreza y abandono, muerte ecológica de la biodiversidad, frutos de un extractivismo sin conciencia. Muerte de ecosistemas denominados y apuntados como zonas de sacrificio. Un sistema de muerte que el propio papa Francisco ha criticado con todas sus letras (Evangelii Gaudium 53).

La vida en sociedad no es simple ni simplista; pero, sin duda, debemos estar alertas a cierta utilización y manipulación religiosa a favor de constructos políticos inadecuados, intolerantes y anquilosados en esa también peligrosa ecuación entre el poder económico, el poder político y el poder comunicacional. No debemos cansarnos de hablar de los Derechos Humanos, de solidaridad, de justicia, de paz social, de diálogo, de debate público, democracia, de participación ciudadana, de donación, entrega, cuidado, hospitalidad y equidad en todos los aspectos. No podemos construir política y sociedad desde el odio y el espectáculo. Ello solo continuará alimentando esa nefastanecro política y agotando cada vez más a la ciudadanía.

 PEDRO PABLO ACHONDO MOYA, CHILE

TEÓLOGO Y POETA

Adaptado del libro “ Tejiendo Nuevas Esperanzas: Un ejercicio de teología política en torno al Chile actual”. 2021. Ediciones Universidad Academia de Humanismo Cristiano. De los autores Pedro Pablo Achondo y Juan Ignacio Latorre. El capítulo está inspirado en una columna del día 30 de julio del año 2019. Casi 4 años después, continúa siendo de total vigencia.

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