MARILEN RUEDA ADANTO
Les quiero contar cómo el Pintor crea las almas.
Se levanta con el rocío, camina por su jardín de flores y respira su frescura. Su taller se ubica en el claro de un bosque y sus caballetes están perfectamente alineados. Más de cien. No hay paredes ni techo. Pintar al aire libre es su costumbre.
Pintar un alma no es un trabajo cualquiera. ¡Se trata de pintar un alma! Nunca son iguales puesto que las formas y colores pueden ser combinados de diversas maneras. Un cuarto de amarillo con una décima parte de celeste más una pizca de verde nunca será igual a una composición de amarillo, anaranjado y rojo.
La caminata del Creador de almas hasta llegar a su taller, dura tanto como el sol tarda en salir completamente. Por lo general lo escoltan Seres Alados que se encargan de juntar las flores y plantas con las que el Pintor hará las acuarelas o los óleos. Todo dependerá de la esencia y densidad de la flor.
-¿Qué recogieron hoy, queridos amigos? –preguntó el Pintor a los seres alados.
-Esencialmente tulipanes, y de varios colores. Violetas, rojos, amarillos y blancos –respondió el más gordito de ellos.
-Muy bien. Entonces hoy pintaré una acuarela.
Los Seres se marcharon y dejaron al Pintor crear el alma del día. Su método consistía en moler las flores en cuencos diferentes y al final agregarles tres chorritos de agua de manantial para conseguir la consistencia justa.
El pintor se acercó a las mesas apostadas a los costados y con una piedra dorada empezó a triturar los pétalos.
Acabó con la preparación de las acuarelas, agarró su cajita de pinceles y tomando su banquito, se acercó al caballete que descansaba al lado del árbol más viejo y ancestral de esa parte del bosque.
Pinceladas amarillas, finas y discretas surcaron el papel por primera vez. Conjuntos de destellos rojos adornaron el centro y se fueron abriendo hacia los costados. Burbujas violetas se colaron en los bordes como queriendo escapar y flotar por los aires.
Pocas veces fusionaba las acuarelas este Pintor tan dedicado. Pero la idea de un anaranjado en la pintura le gustó. Hizo la prueba y como él imaginó, la mezcla dio buen resultado. Naranjados por aquí, anaranjados por allá, ayudaron a terminar de armonizar la obra.
-¡El blanco! –exclamó de repente.
Tomó el pincel más fino y hebras blancas danzaron sin fin en el papel.
Cuando terminó de utilizar las acuarelas que había preparado, se acercó a su mesita y buscó un frasquito con la acuarela faltante. Hecha de ingredientes secretos que sólo podían diluirse con su soplo.
Volvió al banquito pero esta vez untó sus dedos. Trazó luminosos y plateados senderos y de su rostro se desprendió la sonrisa más bella.
Un alma nueva acababa de nacer.
Se levantó contento. Satisfecho. Juntó todos sus instrumentos, los limpió y con un canto sublime llamó a sus Seres Alados. Les dio las premisas necesarias y tranquilo partió a sus aposentos. Sus amigos se encargarían de llevar su obra al lugar indicado.
El sol se escondía de a poco y el Pintor de Almas caminó admirando la belleza que lo rodeaba.
Al día siguiente, otra alma nacería.
MARILEN RUEDA ADANTO. ARGENTINA
Psicóloga y Escritora
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