CONTINENTES NO HABITADOS: IGUALDAD

 ALEKSANDRA NAWROCKA



Lectura de la Biblia puede ser un pasatiempo muy interesante. Sí, lo llamo pasatiempo porque normalmente dedicamos el tiempo libre (que cada vez tenemos menos) para las cosas realmente importantes, para lo que nos apasiona, nos hace bien, nos hace ser quien somos. Eso es lo que Biblia es para mí. Entonces, hace unas semanas en la Liturgia tocaba la Epístola de San Pablo a los Hebreos. En ella, entre otras muchas cosas, el autor argumentaba sobre cómo fue eso de que los gentiles también participaban en las promesas que Dios desde hace siglos hizo a su pueblo escogido. Porque resulta que bastantes judíos tenían problema con ese concepto. Les parecía imposible que Dios pudiera escoger gente de fuera de Israel, que los no-judíos pudieran tener los mismos derechos a las promesas que ellos. Que los gentiles creyeran en Dios, no les molestaba. Que fuese venerado por todas las naciones de la tierra era una de las antiguas profecías y nadie tenía problema con ello. Lo problemático resultaba el admitir que los Gentiles tuvieran los mismos derechos. Incluso más, que lo que les pertenecía antes a los judíos, ahora les iba a pertenecer a ellos por igual. Eso, no.

Pensé para mis adentros que nosotros seguimos con los mismos esquemas. Por ejemplo, la Iglesia de hoy tiene bastantes problemas para admitir la igualdad de derechos de mujeres y de personas laicas. Que las mujeres y los laicos estén en la Iglesia participando en la Liturgia y de vez en cuando haciendo servicios cuando los curas ya no pueden, bueno, está bien. Pero que digan que tienen derecho a ser autoridad en la Iglesia jerárquica, de ahí no pasamos. Otro ejemplo, los inmigrantes que llegan a los países más ricos. Que lleguen y se queden en campos de refugiados o vivan una vida miserable, parece que es lo que se merecen. Pero que quieran tener acceso igualitario a la educación, a la salud, a la toma de decisiones, bueno, eso ya es pasarse de raya. Y ni os cuento de problemas en las congregaciones de las personas que llegan de otras culturas, otros continentes, para que ocupen puestos de importancia (me da mucho de pensar el hecho que, en mi propia congregación desde principio, eso es desde hace 163 años, la general es siempre española, aunque tengamos hermanas provenientes de más de 20 países distintos…).

Creo que nunca habrá igualdad. Sonará a comunismo puro y duro, pero mientras alguien sienta que posee algo y que otros no tienen derecho a lo que él posee, nunca habrá igualdad. Tantas veces en la vida nos sentimos amenazados por los demás porque tememos perder lo nuestro. Tenemos miedo que se nos quite y que el otro haga con los nuestro lo que no nos va a gustar, mientras no nos importa seguir aprovechándonos de ellos, quedándonos con lo suyo, utilizándolos para los trabajos que nosotros no queremos (o ya no podemos) hacer. Así es la condición humana, y bien lo sabía Jesús cuando les decía a los suyos que, si alguien quiere tomar tu manto, dale tu camisa también. Y mucho se fueron alejando de él por decir cosas así. Porque todos llevamos en nosotros algo del hermano mayor de la parábola del Padre misericordioso: “toda la vida te sirvo, toda la vida he sido bueno, y ahora regresa ese tu hijo y tengo que compartir con él, aunque él haya malgastado lo suyo”. Quizás por eso en el mundo hay tan poca alegría: porque lo nuestro, que nadie lo toque. Voy a sonar a pesimista, pero hoy por hoy me falta fe en que eso algún día se pueda solucionar. Tiene razón el décimo Mandamiento al decirnos que no deseemos lo que no es nuestro porque nunca lo vamos a conseguir.

ALEKSANDRA NAWROCKA (POLACA)

RELIGIOSA POLACA EN VIETNAM, PEDAGOGA Y TEÓLOGA 

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