SÍNODO, VOCACIÓN Y PASTOREO

P. JULIO RÍOS



Nos convoca nuestra madre la Iglesia a ejercitarnos ahora más que nunca en la ESCUCHA serena y atenta, escucha esperanzada en clave de comunión; comunión que se traduce en cercanía, salida y encuentro, con los pies en la tierra, con mirada profunda y compasiva sobre nuestra realidad, en cada comunidad, en cada familia, en la escuela, en los barrios, en los parajes.

Esta misión nuestra, que tiene su origen en la escucha de nuestro único Buen Pastor Jesucristo, necesita que aprendamos a escuchar su Voz, a distinguirla. De esto depende que nuestro sínodo sea edificante para nuestras Iglesias locales. Distinguir, conocer y amar la voluntad del único Pastor que, aunque atravesemos oscuras quebradas, nos llevará finalmente a los buenos pastos y a las buenas aguas. Distinguir, conocer y discernir para que nuestro compromiso genere espacios de fraternidad, vocaciones auténticas, que lejos de ser y sentirse “asalariadas” no busquen aprovecharse del rebaño para beneficiarse personalmente, sino que busquen el bien común e incluso den su vida por ese rebaño, como buenos discípulos del único Buen Pastor.

Claro está que esto depende de cómo miremos la vida, especialmente la consagrada al servicio de nuestras gentes… ¿lo hacemos desde la gratuidad o desde la pura funcionalidad? ¿funcionales a qué, a quién, a quiénes? ¿Será que por sostener y fomentar nuestros proyectos (que no dejan de ser proyectos individuales y no discernidos comunitariamente en muchos casos) terminamos en una gran mesa de negociaciones con quienes detentan un poder económico, que son los causantes de la cada vez más grande pauperización e inequidad en nuestros pueblos?

“Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio. Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. “Lo que han recibido gratis, entréguenlo también gratis” (Mt. 10,8), nos dice Francisco, nuestro papa, en “FRATELLI TUTTI”, de quien prefiero pensar que es un buen pastor y por eso es papa y que mas que gobernar, acompaña, se hace prójimo, se implica y se compromete.

¿Seremos capaces de revisar estas cuestiones que son fundamentales en nuestros seminarios y casas de formación a la luz de este intento de renovación, de volver a las fuentes, no de volver a un pasado glorioso como institución (que a esta altura es discutible que lo haya sido), sino al encuentro personal y comunitario con la fuente misma de la vida en plenitud: Jesús de Nazaret y su propuesta de un Reino de Justicia, de Paz, de Libertad y de Verdad?.

De una adecuada respuesta a estos interrogantes depende quizás el comienzo de una justa, necesaria y urgente purificación de las estructuras de una institución que aunque sume años no puede ni debe pensar que esto le da derecho a sentirse el único y auténtico reservorio del Espíritu de Cristo. De no hacerlo no solo traicionaríamos el espíritu del Concilio, aquel de la Iglesia siempre dispuesta a ser reformada, sino el que puede percibir las semillas del Verbo esparcidas por donde quiera que haya hombres y mujeres de buena voluntad.

Ojalá el Señor nos libere de los malos espíritus que alientan el conservadurismo, la poca autocrítica, la comodidad, los egocentrismos y podamos pensar en aquella comunidad primera que entendía que el único poder que recibió de su Maestro es el de SERVIR Y NO SER SERVIDO, EL DE PERDONAR Y SER PERDONADO, UNA COMUNIDAD DE HIJOS, HERMANOS ENTRE SI QUE EN LA ADVERSIDAD Y EN LA PROSPERIDAD APRENDEN A CAMINAR JUNTOS.

P. JULIO RÍOS. ARGENTINA, 

Profesor Universitario en Historia y Teólogo

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