CONTINENTES NO-HABITADOS: AUTODETERMINACIÓN

 * ALEKSANDRA NAWROCKA

El amigo del que ya os conté… él suele repetirme una frase que poco a poco empiezo a odiar. Cuando comparto mis sueños, deseos, planes, y dificultades a la hora de conseguirlos, me suele responder que “No se puede tenerlo todo lo que uno quiere”. Y yo le pregunto y me pregunto a mí misma: “¿Por qué no?”

Cuando somos niños, adolescentes, adultos jóvenes, nos dicen que podemos ser todo lo que queramos, que podemos conseguir en la vida todo lo que nos propongamos con determinación y trabajo, con un poco de suerte y “visto bueno” desde lo alto. Pero uno llega a la edad más o menos madura, y entonces empieza a escuchar: que no, que no puedes tenerlo todo, no puedes ser quien quieras, no puedes hacer todo lo que desees. De repente, los adultos tenemos un montón de limitaciones de los que nadie nos habló cuando éramos más jóvenes. De repente, sin darnos cuenta, nos encontramos en medio de un laberinto de normas y reglas, de cosas que se puede y no se puede hacer, de lo que se puede desear y en lo que mejor ni pensar. La vida deja de ser tan llena de posibilidades como nos la pintaban.

Esas reflexiones me vienen a la mente cuando pienso en lo que se suele llamar el derecho a la autodeterminación. He hecho un poco de research, ¡cómo no! La idea de autodeterminación, en su sentido más amplio, alude a la capacidad de un individuo para tomar una decisión por sí mismo. Se habla de autodeterminación personal con referencia a la potestad de una persona de organizar sus recursos y explotar su potencial para alcanzar las metas que se plantea. Esta autodeterminación está vinculada a la voluntad individual y a la posibilidad de elegir con libertad[1]. Pero eso sería en una situación ideal, en la que el individuo tenga posibilidad de decidir sobre la totalidad de su vida, y todos sabemos que no es así. Nadie decide dónde nace, en que páis, en que familia, pobre o rica, en que sistema político, en que cultura, que educación recibirá, que entorno influirá en su crecimiento… Ahí está el “no se puede tenerlo todo”. Luego llega también el hecho de que al hacer ciertas elecciones en nuestra vida, limitamos nuestras posibilidades en otros ámbitos. Cuando decidimos sobre nuestra carrera, estado de vida, trabajo, excluímos de alguna manera las demás posibilidades. Esa es nuestra condición.

De mi propia experiencia yo sé una cosa clara: siempre cuando no me siento partícipe de las decisiones y sucesos que afectan mi vida directamente, me siento mal, como si no fuera yo, como si no importara incluso que esté viva. Y al revés, cuando soy parte activa, cuando decido, cuando hago que las cosas pasen en vez de simplemente esperar que me pasen a mí, me siento viva, me siento persona. Eso lo llevamos dentro. Como lo llama Concilio Vaticano II, somos “hombres que en su actuación exigen gozar y usar del propio criterio y libertad responsables, guiados por la conciencia del deber y no movidos por la coacción”[2].

Porque al fin y al cabo, somos nosotros los que sabemos que es lo mejor para nosotros mismos. Los demás que nos conocen y quieren de verdad pueden ayudarnos a descubrir esa verdad profunda de nuestro ser, pero nadie puede liberarnos de la responsabilidad de decidir sobre nosotros mismos. Ninguna “norma suprema”, ningún “bien mayor” puede exigir de los individuos el sacrificio de su libertad.

Otra cara de la misma moneda es el derecho de autodeterminación de los pueblos. Ese derecho implica que la ciudadanía tiene la soberanía de decidir sobre su forma de gobierno y de definir cómo fomentar su propio progreso social, cultural y económico. Esto supone que, para garantizar la autodeterminación, se deben rechazar las injerencias externas (por ejemplo, de otros países o de organismos multinacionales)[3]. Todo lo que decimos de la libertad individual, tiene también su aplicación a los pueblos y las naciones. Mi país por 123 años desapareció del mapa del mundo, dividido entre tres agresores que fueron más fuertes. Los polacos sabemos muy bien qué significa no poder decidir, determinar cómo queremos vivir. Por casi 50 años estuvimos bajo la ocupación comunista. Sabemos cómo se vive en un lugar que solíamos llamar nuestra casa pero ya no es tu casa porque no puedes decir en voz alta lo que piensas, crees, sueñas...

Nuestro tiempo es tiempo que da valor a los derechos humanos, al mismo tiempo pisoteándolos en nombre de las nuevas y antiguas ideologías. La libertad de las personas y de los pueblos es más que frágil porque los hay que lograron convencernos de que es más importante “subirse al tren del desarrollo” que simplemente vivir la vida. 

Los expertos en el tema de la guerra de los Estados Unidos en Vietnam sacan de lo acontecido una moraleja. Las fuerzas estadounidenses eran más numerosas, mejor equipadas, mejor financiadas. Los Vietnamitas eran pobres, sin preparación, sin armas modernas. Pero luchaban por su país, su libertad, su derecho a decidir en libertad. Rusia también es más poderosa que Ucrania. Y sin embargo, no puede vencer. Entonces a todos los que me dicen que “no puedes tener todo lo que quieras”, les respondo que “sí, puedo, pero la lucha vas a ser larga y dura”.

Aleksandra Nawrocka, religiosa polaca en Vietnam, Pedagoga y Teóloga

[1] Cf. https://definicion.de/autodeterminacion/

[2] Cf. Dignitatis Humanae N°1

[3] Cf. https://definicion.de/autodeterminacion/

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