CONTINENTES NO-HABITADOS: LAS PERIFERIAS

ALEKSANDRA NAWROCKA


Hace unos días leí un artículo sobre la exreligiosa Cristina. Para los que no habéis escuchado hablar de ella, es una religiosa que en su tiempo ganó un concurso de talentos en Inglaterra. Tiene una voz bonita, decidió utilizarla para evangelizar de esta manera poco ordinaria. La gran noticia de la última hora es que la hermana Cristina ha abandonado la vida religiosa. En la opinión del autor del artículo fue porque la hermana se metió donde no le correspondía, dado que el showbusiness no es un lugar apropiado para los religiosos que deberían estar únicamente en el ámbito de lo sacramental, rezando y celebrando la misa, haciendo pastoral con las personas buenas y católicas, y no arriesgando su vocación en las actividades tan controvertidas. 
Mientras leía sus palabras, el corazón se me llenaba de tristeza. Pero no por la “pérdida de vocación” de la hermana sino porque aún hoy sigue habiendo personas que piensan que los religiosos tenemos que estar sólo en la capilla rezando y que la vocación es algo que hay que preservar cueste lo que cueste. Lo que escibiré será al margen de lo que le pasa a aquella hermana. No conozco su historia, sus luchas, su planes, el proceso de disciernimiento que está haciendo.

No sería justo que me pusiera a juzgar lo que ella vive. Es solo que lo que leí me invitó a reflexionar sobre lo que venimos llamando “las periferias”, y también sobre las prioridades en la vida, también la mía. 

Desde el comienzo de su pontificado, el Papa Francisco llama a todos los cristianos (también a los religiosos y religiosas) a “salir a las periferias”. Dichas periferias no designan solo los lugares donde se experimentan dificultad o marginación, sino también aquellos donde la presencia de Cristo es menos viva y hay necesidad de un nuevo ímpetu de evangelización. Tampoco son solo a lugares y calidades de personas, se trata también de situaciones humanas dolorosas que reclaman llamada “misericordia pastoral” y requieren de cercanía y acompañamiento, requieren de compasión pastoral. Se trata de salir de nosotros mismos, de no quedarnos encerrados y de llegar allí donde nadie va, allí donde se toca con la mano las fragilidades más profundas de la condición humana. También los religiosos. Los votos no son el fin, son el medio. Durante los años de formación religiosa a menudo lo escuchamos que lo importante es el Evangelio, no los votos, que los votos son sólo una manera de vivir nuestro ser cristianos, una ayuda para estar más cerca de lo que Dios quiere de ser humano. Pero en algún momento, los votos se convierten en una finalidad en sí, sobre todo los perpetuos. No nos preparamos para seguir discerniendo y examinando nuestra fidelidad al Evangelio sino nuestra fidelidad a los votos profesados un día. Y difícilmente nos cabe en la cabeza que se puede romper los votos y seguir siendo fieles a la voluntad de Dios. Sin embargo, la historia del mundo y de la Iglesia está llena de historias de personas famosas que “abandonaron su vocación” como Madre Teresa, hoy considerada Santa, que dejó su misión de educar a las jóvenes ricas y se fue a vivir entre los más pobres. Al Padre Palau, fundador de mi congregación, le quitaron licencias eclesiásticas por tratar a los enfermos y “endemoniados” de su tiempo; hoy es beato, uno de los patronos de los exorcistas. A Jesús también le hicieron pasar malos ratos por lo de su amistad con prostitutas y publicanos. La vida de acuerdo con el Espíritu a veces lleva a decisiones difíciles, incluso controversiales. Porque Dios quiere reunir a todos los pueblos en un solo rebaño, y nos utiliza para ello, a veces dentro de la vida religiosa, a veces fuera de ella.

Por supuesto que la decisión de entrar en el convento o de hacer la profesión solemne lleva un discernimiento serio. Pero el discernimiento no acaba en el momento de entrar, ni siquiera en el momento de hacer los votos perpetuos. La realidad, y sobre todo Dios, desborda nuestros esquemas, estructuras, determinaciones. No lo perdamos de vista. 

Al final de su artículo, el autor nos anima a todos a ayudar a los religiosos que, a su modo de ver, entran en conflicto con los que deben hacer. Nos anima a llamar su atención, hacerles reflexionar si no ponen su vocación en demasiado peligro. Yo los quiero pedir algo distinto. Cuando veáis un religioso, una religiosa moverse por los terrenos nuevos, hasta este entonces no considerados tierra de evangelización, ayudadles a discernir, pero no si es peligrosos para su vocación, sino si realmente es evangélico. Que al fin y al cabo, el Evangelio es la única prioridad de la vida del religioso. 

ALEKSANDRA NAWROCKA

RELIGIOSA POLACA EN VIETNAM, PEDAGOGA Y TEÓLOGA   


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