CONTINENTES NO-HABITADOS: LA SINODALIDAD

 *Aleksandra Nawrocka

Acabo de leer los documentos para el proceso sinodal. He aprendido unas cuantas nuevas palabras en griego y en latín, como me suele pasar al leer los documentos oficiales de la Iglesia. El proceso sinodal ya está en marcha desde el año pasado. Pero la verdad es que sólo ahora, preparando este artículo, me puse a mirar más detenidamente todo lo que se nos propone en él. Al constatarlo, me di cuenta de que una de dos: o yo me desvinculé casi por completo de los caminos “oficiales” de la Iglesia, o el sínodo no llegó a su objetivo que era el de hacer participar al mayor número de personas posible. No participé en ninguna de las sesiones en la parroquia porque no fui invitada (en mi parroquia la consultación fue reducida a un grupo escogido por el párroco). No hubo mayor movimiento entre los religiosos de mi zona para hacer algo con ello. Al final sí que hice mi aportación pero fue de manera individual por internet, y no estoy segura que se tratara justo de ello.

Me sigo preguntando si es que soy yo la que no lo entiende bien. Sinodalidad quiere decir “caminar juntos” discerniendo los retos que cada tiempo presenta a la comunidad creyente, siempre teniendo como punto de referencia a la Sagrada Escritura y la acción del Espíritu Santo. Se refiere al hecho de que todos los bautizados tenemos la misma dignidad, la misma resposabilidad y derecho-obligación a participar en la vida y misión de la Iglesia. Lo crucial es el encontrarnos como hermanos, díscipulos de un mismo Señor, en un espacio común, e intentar, al menos, entendernos en la diversidad que portamos como individuos y comunidades. Porque que seamos distintos es más que obvio; lo complicado es ver la diversidad como don quierido por Dios y no como una amenaza.

Yo soy el tipo de persona que se entusiasma muy fácil. Cuando escuché que la Iglesia iba a entrar en el camino de sinodalidad, lo aplaudí con todas mis fuerzas y me alegré de vivir en este tiempo dichoso. Pero como casi siempre en la vida, la realidad dista bastante de las expectativas. Y no me refiero a la postura de las personas en autoridad en la Iglesia. Lo digo por mi propia actitud. Por una parte, es mucho más fácil esperar que me digan qué hacer. Que disciernan los demás sobre los grandes problemas de la actualidad, que a mí no me toca, que yo tengo mis propios problemas y me resulta más importante encontrar un trabajo para poder comer que pensar sobre el lugar de las personas homosexuales en la comunidad eclesial, por ejemplo. Por otra parte, a veces me siento cansada de este “tira y afloja”, de tener tantas esperanzas que una y otra vez acaban en nada. Porque los cambios, si lo hay, no pasan de noche a la mañana, pero el esperar a veces es demasiado largo, y yo soy mujer de poca fe.

Todo eso me hace ver cuánto necesito la conversión para caminar con los demás. Es muy fácil en la vida vivir en nuestro propio mundo, nuestro trocito de felicidad sazonado con chispas de sufrimiento. Es fácil separarse, enfadarse, dejar de participar cuando no todo sale como queremos. El reto de sinodalidad empieza con cada uno de nosotros, conmigo. A veces significará apresurar los pasos para llegar donde está la vanguardia. A veces será ir más lento, o incluso pararse, o dar vuelta atrás para no quedarme sola en el camino que creo como el único cierto. Realmente, hace falta que nos escuchemos, que nos miremos, que conversemos, que nos encontremos, que juntos bailemos el baile maravilloso de la vida. Y que el camino empiece en el corazón de cada uno.

*Aleksandra Nawrocka, religiosa polaca en Vietnam.

Pedagoga y Teóloga

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